lunes, 22 de abril de 2013

Niños y niños…

Imagino que a cualquiera de ustedes les ha emocionado todo aquello que han ido sabiendo de Martin Richard, el niño de ocho años que perdió la vida en Boston la semana pasada. A todos nos estremece ver su fotografía, sus vídeos, su cara angelical, y nos impresiona más porque pensamos que el azar se lo ha llevado como podría haber acabado con la vida de nuestros amigos, de nuestros vecinos o de nosotros mismos.

Una semana antes también habían muerto diez niños en un ataque terrorista en otro lugar del mundo, pero no he conseguido saber el nombre de ninguno de ellos, ni con la ayuda de los más potentes buscadores de internet. Mientras intentaba averiguar cómo se llamaban, sí descubrí que no eran los únicos niños olvidados y aniquilados por las mismas manos: doce muchachos perecieron en Salam Bazar en mayo de 2011, seis en Kandahar en noviembre del mismo año, y dos más fueron asesinados hace un mes al ser confundidos con insurgentes. 

No intenten explicarse por qué sabemos tanto de Martin y tan poco de todos los demás. Y esta vez no es un problema de distancia, que Kabul no está mucho más lejos que Massachusetts. En el fondo se trata de cuestiones bastante inconfesables y que tienen que ver con la pertenencia y a la clase dominante en el planeta. Nos duele más que sea blanco, occidental y cristiano a que sea moreno, oriental y musulmán. A muchos nos duelen por igual y condenamos con la misma fuerza a sus autores, ya sean dos locos de origen checheno o se trate de todo un sangriento ejército de cuatro letras y que no sabe distinguir a un niño cuando no es de su mundo.

1 comentario:

  1. Pasan los siglos pero algunas cosas no cambian. Nacemos marcados por la raza, la religión, la nacionalidad,la clase social...
    Saludos.

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